Textos VII

HOSPITAL SAN JUAN DE DIOS


          Se llega por una carretera que finaliza frente a un muro en el que hay un amplio umbral por el que se accede a un atrio espacioso, a la derecha una ventanilla de una oficina y al lado una puerta abierta que da paso a un amplio y largo camino bordeado de jardines que conduce al edificio del hospital.
          Había llegado en una ambulancia desde el hospital psiquiátrico de Zamora. Horas antes una monja había intentado sin éxito que me tomara un vaso de leche con galletas tratando de abrirme la boca apalancando con una cuchara. Me habían instalado en una habitación individual con baño.
          Un día por la mañana fue la primera presentación ante el director del centro en mi habitación, con cierta sorpresa el acento, el porte, el talante, llevaba una chaqueta azul como las que se usaban en los colegios mayores, era joven y venía acompañado, daba buenas sensaciones. En el futuro se confirmarían.


El punto de vista desde una cama

          Se veía la chimenea de ladrillo rojizo adosada al muro y recortándose en el cielo azul en el que revoloteaban las palomas que a veces se posaban en la chimenea. El aspecto variaba con el sol según las horas del día. Por la tarde cuando oscurecía venían los enfermeros para ponerme una sonda por la nariz y administrarme el contenido de unos envases plateados con forma de tetraedro, la alimentación por sonda era incómoda y dolorosa, pero se hacía sin violencia.
          En la habitación frente a la cama, junto a la pared, había una mesita baja, todas las mañanas traían una bandeja con comida y la depositaban ahí. Un día me volví blando como los relojes de Salvador Dalí y me deslicé hasta la bandeja de la comida.
          ¿Cuándo fue?, cuando empecé a comer, cuando acabó la última resistencia, cuando la máquina dejó de actuar porque le cambiaron el escenario y el impulso residual, la resistencia se deshizo, se desvaneció. Cuando comencé a comer comenzó a imponerse el mundo objetivo, el mundo real.


Primer reconocimiento del hospital

          Las habitaciones daban a un pasillo, al fondo estaba el comedor donde la gente empezaba a reunirse cuando se acercaba la hora, había una barbería siempre ocupada y una sala de estar con bancos adosados a las paredes. El pasillo estaba decorado con grabados de la tauromaquia de Goya.
          Salí del edificio del hospital y me dirijí hacia los jardines surcados por caminos, la decoración del pavimento consistía en azulejos troceados de formas irregulares y geometría angulosa, que no contribuye a estimular la paz y la calma y excita la angustia y la inquietud. Se levanta alguna construcción accesoria, tal vez un transformador. El lugar es un tanto solitario, de paso, la actividad se reduce a los alrededores del hospital. Era invierno y sentía un frío intenso, no disponía de la ropa adecuada.
          Por la tarde también salí, y estaba junto a la fachada del naciente sobre la acera, y un enfermo se me acercó corriendo y gritando. ¡No saldrás de aquí, yo llevo siete años!
          En mi recorrido me encontré con un campo de fútbol con el césped bien cuidado y lo fui recorriendo bordeándolo, en la parte donde estarían las gradas había un profundo desnivel vertical y desde allí en ese plano inferior vi acercarse en formación marcial, de cuatro en fondo hileras de uniformados de color gris y en absoluto silencio. No sé de dónde venían ni a dónde se dirigían, creo que volví a verles alguna vez más.

          En días sucesivos fui ampliando la exploración hacia la parte de arriba que estaba a cierta distancia del hospital; estaba delimitada por un muro bajo que permitía ver perfectamente el interior o era una cerca metálica, con una entrada o acceso muy amplio y permanentemente abierto a un espacio más amplio, independiente del anterior. La entrada abierta invitaba a pasar.

          En ese límite y como acentuando la línea fronteriza se levantaba una edificación alargada, posiblemente residencial, con un volumen sustancialmente menor que el hospital. Sobre la acera se levantaba la fachada y las ventanas a poca altura, enfrente una elevación vertical delimita y forma una pequeña calle que acaba ahí mismo. Y a través de las ventanas como un escaparate para provocar el asombro se ve una mesa larga, dispuesta con los vasos y el servicio y sobre los platos como si fuera un entremés enormes rajas de embutido de un cm. o más de grosor. Durante algún tiempo al acudir a la parte superior me detenía a verlo.
          Después de meses sin comer o el mínimo que me permitió sobrevivir, el hambre no desaparece con una buena comida, y la obsesión por la comida y satisfacer el hambre tarda un tiempo, máxime con un plato que consiste en cuellos de pollo y arroz escaso.
          Accediendo al espacio superior, como una plaza delimitada a la derecha por edificios de diferentes alturas, en uno de ellos hay un cine al que se accede desde el exterior por unas escaleras amplias hasta un sótano. Pude ver en diferentes ocasiones una película sobre la rapa de las bestias y otra en la que un monstruo prehistórico aterrorizaba a los habitantes de una ciudad, la película concluye con que se establece la calma, cuando le devuelven a la madre su hijo al que tenían secuestrado y se alejan de la ciudad. Cerca y en la misma acera hay otro edificio no muy alto al que da acceso unos escalones, y a través de las ventanas pude ver que se trataba de un taller con máquinas en el que se fabricaban embalajes de madera.
          A mediodía acudía a un lugar situado en un lateral del hospital y al que se accedía descendiendo por unas escaleras a un sótano, allí había una animación, era como un bar con una superficie para servir más como barra de bar que de mostrador de comercio. ¿Qué se servía?, tal vez coca-cola, no lo sé. ¿Un bar?, pero muy poco surtido. Lo único que podía adquirir para hacerme un bocadillo era chocolate y un bollo de pan. ¿Porqué la idea de un bar?, ¿por el bullicio de la gente?
2015