Textos IV


SOÑADORES

FRAGMENTO


          La clase ha cambiado de profesor, y también de aspecto; todo es silencio e impaciencia.
          Carlos hojea por última vez el libro y antes de cerrarlo graba en su imaginación que ácido más base igual a sal más agua; coge el programa y se dispone a oír las cuestiones.
          René y Claudio ajenos a los demás, manipulan imperceptiblemente con sus cosas, y colocan cuidadosamente el papel y el programa. Al fin se deciden a imitar al resto de la clase, tomando la pluma y mirando al profesor, que despliega lentamente un papel. A Carlos le fastidia esa calma, porque es tiempo perdido. La energía potencial se transforma en cinética, y los párrafos e ideas aprendidas, van quedando en el papel angulosas, armónicas o fluidas, según la manera de expresión de cada uno.
          Carlos avanza más con el pensamiento que con la pluma, por eso agarra desesperadamente las ideas, para encerrarlas en el papel. El papel se va llenando de tinta.
          De pronto se rompe el hilo de sus ideas. El pensamiento que va desde su cerebro, hasta el punto de la pluma, se ha diluido tanto al estirarlo que se ha cortado. Se queda sorprendido como un espadachín desarmado inverosímilmente por su adversario. Pero recapacita y piensa... Lección 25, recuerda que esa pregunta está junto a un dibujo... La imagen hace de unión con el cerebro y la idea incompleta del papel. Atropelladamente, antes de que se desvanezca, la transpone al papel. El hilo sigue segregando normalmente. Ahora todo se reduce a establecer una carrera contra el tiempo.
          René y Claudio se entienden perfectamente, gracias a la mímica, su único problema es estar atentos a los movimientos del profesor.
          Poco a poco van abandonando la sala. Carlos será de los últimos. Cuando por fin termina le duelen ligeramente las sienesy la cabeza le arde. Inmediatamente cogerá el libro para ver en qué ha fallado.
          Ya están en el comedor.
          - Yo sólo contra Marcos y David -dice René- y les he ganado por cinco tantos. Carlos piensa que le gustaría saber jugar a la pelota.
          Claudio desenvuelve un papel.
          Sabéis una cosa... -dice- ¡Me ha escrito Maribel!
          Carlos se siente inferior (él no sale con chicas), y René curiosidad. Y así se quedan comentando.
          Después de comer Carlos va a la capilla. Claudio y René sólo van cuando hay por delante un examen.
          En el patio, Claudio habla:
          - Voy a dejar de fumar todos los días de diario, hasta vacaciones (porque le han dicho que no se puede ser buen deportista fumando).
          Y René sin pensarlo promete algo parecido.
          Carlos está contento, porque sabe que Claudio lo cumplirá; de René lo duda (él no fuma).
          Estamos en estudio. René está muy entretenido dibujando un mapa de Historia; va muy despacio, procurando hacerlo bien. Piensa y pensando se pone contento en sorprender al profesor, y saborea la envidia y curiosidad de sus compañeros; inocentemente, como un niño. Así se pasará todo el estudio, y así seguiría si se prolongase, pero no sería capaz de estar cinco minutos mirando el libro.
          Ha transcurrido la tarde y comemos los bocadillos en el patio.
          Esta es la hora maravillosa en la que cesan las preocupaciones de la semana y está por llegar un domingo.
          El sol tenue y somnoliento, que va subiendo por la pared próximo al ocaso, contribuye a que Carlos, sentado en una piedra, mire sin fijarse en nada y sueñe. En el fondo del patio, René y Claudio juegan incansables a la pelota, que rebota en el frontón, corren ellos hacia atrás, y volviéndose rápidos, la impulsan nuevamente. Incansables repetirán la operación muchas veces. René tiene la camisa fuera.
          Poco después René, sudoroso y abrochándose la camisa, saca de su ensueño a Carlos.
          - ¡Eh! ¿Vienes a tocar?
          Todas las tardes iba a ensayar con la bandurria. También tocaba la filarmónica, y a Carlos le encantaba oirle, paseando por el patio.
          Al subir hacia el cuarto en que se ensayaba se cruzaron con otro músico, que le dijo a René:
          - Oye..., me dejas una púa. Tú tienes dos...
          René siguió subiendo, y casi no le hizo caso, pero de pronto se vuelve y le grita:
          - ¡Espera hombre...! Tómala.
          Indudablemente su corazón le domina, pero él no lo sabe.


*     *     *

          El médico ha prohibido fumar a René, pero éste sigue fumando.
          Un día cualquiera, René y Carlos pasean. Hablan sobre la nocividad del tabaco, René coge el cigarrillo que tiene en la boca y lo arroja. Minutos después saca una cajetilla, y arrugándola desdeñosamente, la arroja también. Carlos sonríe satisfecho. Sin embargo al día siguiente, al encontrarse sin tabaco, le pedirá a un externo que se lo traiga.
          Ahora suben a estudio. Carlos tiene una novela y René se la pide; Carlos sabe que si se la deja no mirará un libro, por eso le dice:
          - Cuando salgamos.
          René se obstina, y Carlos le responde con poca paciencia:
          - Ahora tienes que estudiar.
          A René le irrita la negativa, y le contesta con furia:
          - ¡No me hables...!, para una cosa que te pido no me la dejas... Siempre me fastidias.
          Carlos piensa que René es injusto. Le duelen sus palabras, y aunque sabe por experiencia que no estará más de dos días enfadado, una pequeña sombra enturbia su alegría. Y cuando recuerde que René está enfadado, se pondrá triste.
          El estudio ha terminado, están en la capilla.
          Carlos piensa que le gustaría tocar la bandurria; pero se da cuenta de que está rezando el rosario y procura prestar atención. A los pocos instantes sigue pensando en la bandurria.
          René está hojeando un libro de misa, hasta que el padre lo ve.
          Claudio..., completamente ausente. Quizá esté en el frontón, de paseo por la ciudad o... mucho más lejos.
          Están sirviendo la cena. Claudio habla:
          - Yo no estaba hablando cuando me castigó... ¿Verdad que no tiene razón Carlos? Carlos piensa que decir que no es ponerse con los que están fuera de la ley, aunque quizá tengan razón que es "mermar la autoridad", por eso responde:
          - ¡Hombre!, pero él no se daba cuenta de que tú no eras (que es lo mismo que decir "confórmate, él no tiene la culpa de que se confundiera").
          Carlos no sabe que ha colmado la medida, que el termómetro marca 100 grados. René tiene un lenguaje muy grueso para estas ocasiones, pero no piensa lo que dice.
          Ya están en el dormitorio, todo es bullicio hasta que el padre entra, entonces sólo se oyen los pasos espaciosos y sonoros sobre la madera del padre, y el cuchicheo de los cepillos del calzado, que continúa aún después de haber apagado la luz, por fin cesa, y el silencio es.
          Carlos contempla la luz que sale de la estufa, y se mueve inquieta en el techo; luego da media vuelta y cierra los ojos. Sigue oyendo los chasquidos de la estufa, y se imagina las luces del techo, y así se duerme.
       
*     *     *
  
          Le costaba trabajo aceptar un regalo, sobre todo de René, y solía decir "gracias pero guárdalo tú".
          Y así cuando René le ofreció un libro antiguo de mate no lo aceptó, pero cuando René comenzó a deshojarlo para encender la estufa, Carlos se lo quitó de las manos, pensaba que era preferible conservarlo él que encender una estufa.

*     *     *
  
          Carlos va adquiriendo conciencia, la luz entra por las juntas de las puertas.
          Hoy es más tarde, es domingo.
          Consigue distinguir los objetos de su mesilla; agarra torpemente el reloj, falta aún una hora, da una vuelta buscando la oscuridad, y se pone a soñar.
          La luz es más clara, y las sombras se retiran a los rincones. Empiezan a sentirse los primeros ruidos. De pronto alguien abre la puerta por la que entra un raudal de luz, y la cierra cuidadosamente, la indignación sigue a los pasos que se alejan en dirección a los lavabos. Más tarde cuando todo el mundo está más o menos cansado de dar vueltas nos despiertan.
          Carlos se dirige hacia los lavabos. El agua sigue estando fría, pero ya no se hiela en la cara ni quema en las manos.
          Al volver al dormitorio se encuentra con que René está ya vestido y flamante. (¡Diablos, ¿porqué no esperará en la cama hasta que llame el padre, como hacen los demás?). A pesar de todo a René se le olvidará algo y le faltará tiempo.
          Después de ir a misa cruzan contentos el patio, porque es un día distinto a los otros seis, porque ha sido esperado durante una semana, porque es una incógnita. Y se dirigen al comedor.
          ¡Quita el brazo!, dice René con desdén a Carlos, al tiempo que retira la servilleta. Carlos parece indiferente, pero interiormente lo siente.
          Claudio está ausente jugando con los cubiertos.
          Silencio.
          Claudio habla con el cuarto compañero de mesa, y poco después se mezcla Carlos; pero en su interior está pendiente de René, que se siente irritado por no haber empezado él también a hablar. Poco después subían a estudio.
          El tiempo pasa lentamente. Entra un padre en la sala con la capa y el sombrero en la mano. El estudio ha terminado. Instintivamente Carlos levanta la cabeza, y se siente alegre, pues ya empezaba a cansarse. Se habla en voz baja.
          René continúa ausente, ajeno a todo, absorto en su mapa.
          Poco después salían hacia el calor y la luz. Les agrada recibir sobre sí los rayos del sol. Caminan a grandes pasos.
          Al entrar en la plaza René saca un cigarro, lo enciende y fuma indiferente.
          Carlos piensa:
          "¿Pero es que no se acuerda?". No, realmente no se acuerda, no ha prometido nada, por eso fuma.
          Y Claudio dice:
          "Fumas... porque has recordado el tabaco".
          Los dos tienen razón.
          Avanzan por el centro de la calzada, y llegan hasta donde la gente se diluye, dando la vuelta, y vuelven a comenzar. Son felices; hablan de fruslerías, y miran a las chicas que a su vez les miran a ellos, sintiendo el calor del sol que les acaricia el rostro. Sólo a Carlos le falta algo: no poder dirigir la palabra a René.
          Cuando dan la vuelta ven el reloj de la torre, la aguja avanza demasiado deprisa. Sólo corre cuando no se la mira.
          Cuando llegan al colegio, les extraña la sombra del patio y buscan el sol. Al sonar el silbato se pondrán en fila, y al subir las escaleras sólo se oirán los pasos desiguales y opacos camino del comedor.
          Comen, Claudio habla:
          "Oye, René... ¿viste el peinado que llevaba Marisol?"
          "Era Celi, hombre", le contradijo René.
          "¿No estarás corto de vista?", le contestó irónicamente Claudio.
          Entonces intervino Carlos que, aunque no se había fijado nada, afirmó:
          "Creo que era Celi". Y así René pudo decir:
          "Siempre hablas sin saber". Pero Claudio no le hizo caso. No tenía importancia.
          Carlos había pasado el Rubicón. Al salir del comedor René y él serían amigos.
          El sol y la luz parecían espesarse, cuando los muchachos  comenzaron a salir por la puerta del colegio.
          A esta hora la calma sobrecoge imperceptiblemente, por eso hablaban sin alborotar, temen romper esa calma, no se dan cuenta.
          Avanzan sobre un barranco, abajo el río como un espejo de escamas brillantes, el horizonte de verde indefinido. Pisan tierra rojiza.
          A Carlos le gusta hundir los zapatos en la hierba. Parece una esponja húmeda.
          René avanza por el borde de un barranco, Carlos teme por él, pero no le dice nada porque sabe que hará todo lo contrario. René es así y él lo sabe.
          Carlos se acordará con nostalgia de estos paseos.
          Poco después, los "mayores" subían hacia la ciudad. Claudio tenía una cita con una chica, y René acompañó a una amiga de ésta.
          Carlos un poco descontento de sí mismo paseaba de arriba a abajo con otro amigo. Hablaban de cualquier cosa y la conversación carecía de valor para él. Veía con agrado que las agujas del reloj avanzasen, y antes de la hora estaba ya en el colegio. Llegaron los demás.
          El portero entregó a Carlos un paquetito que le enviaban de casa, con esto se animó un poco, y también sus amigos.
          René le dijo a Carlos:
          "Tengo que decirte algo que te alegrará". Y Carlos subió impaciente al comedor. Mientras abría el paquete y aparecían cajitas de colores y golosinas, que Claudio examinaba, René habla:
          "He estado con Mary, sabes... y me ha dicho que hay una chica que quiere salir contigo". Carlos había dejado quietas las manos y miraba a René, dejando que las palabras manasen de su boca. Su corazón se ensanchaba rápidamente y su rostro se iluminaba, a medida que René hablaba:
          "Dice que para el domingo que viene te hablará..."
          Carlos se sentía feliz. Había descubierto el amor que latía ya en su corazón. Y comenzó a repartir el contenido del paquete alegremente.
          Carlos preguntaba a René mil detalles sobre ella, hacía proyectos en su mente, soñaba. Quizá ninguno tuviera realidad.
          Para René y Claudio el domingo terminaba con el cine; después empezaba el lunes. El lunes a las nueve de la tarde.
          A Claudio le gustaría estar paseando por la ciudad, porque se le hacía insoportable tener que subir a estudio. A René en cambio no le ocurría eso, cuando llegara a estudio se sentiría aburrido, fastidiado, pero ahora no. Sólo en estudio.