Textos V


LA PANDILLA


          Habita las dependencias en desuso de la fábrica colindantes con las del almacén en la planta baja, que es por donde yo entro normalmente.
          El primer contacto fue con la gatita orejas grandes y pechera blanca, que cuando traspasé la puerta me estaba esperando para decir a modo de saludo "miauuu".
          La gatita estaba comisionada por la pandilla para que saliera a recibirme todos los días, iba acompañada a cierta distancia por un gato silencioso, que meses más tarde trataría de erigirse en líder de la pandilla.
          Tenían también a otros gatos encargados del reconocimiento y vigilancia y que ocupaban su puesto en la ventana detrás de los cristales avisando de mi llegada. Así que después de aparcar el coche y subir a la plataforma y pasar delante de las ventanas se ponía en movimiento para avisar, así que cuando cruzaba la puerta la comitiva de recepción con orejas grandes a la cabeza ya estaba en su sitio. Miauuu (comida!). Una vez concluido el ceremonial del recibimiento, dejaba a un lado mi equipo, y comenzaba la agitación y el nerviosismo mientras nos encaminábamos al comedor, que es el lugar donde Miguel Angel deposita la cazuela con la comida, entre los gatos de la pandilla que iban acudiendo, saliendo de todos los rincones y el clímax se alcanzaba con carreras vertiginosas en círculos e incluso por saltos acrobáticos sobre mi bolsa mientras deshacía los nudos para abrirla. Y cuando todos estaban comiendo, unos en la cazuela otros retirando su tajada a un sitio más tranquilo, entonces aparecía el chino, que era el más tímido y se incorporaba al banquete. Al poco, a veces casi a la vez, las menos, coincidía con Miguel Angel que llegaba con una cazuela con más comida. Después era la hora de la sobremesa que se solía prolongar un tiempo y si había una hora propicia para las peleas y discusiones era esa. La sobremesa duraba hasta tarde pero para entonces la pandilla se había ido disolviendo y los últimos se irían también, era la hora de buscarse la vida cada uno por su cuenta, a alguno lo pinté sesteando sobre un saco. Lo normal es que salieran a la calle, Miguel Angel había puesto en una ventana a la que le faltaba un cristal una goma y pulsándola podían entrar o salir a voluntad.
          Miguel Angel se encargaba de mantener cerrada la puerta en los espacios donde se almacenaba el grano, pero en alguna ocasión un gato había franqueado el paso y pude ver cómo asomado a la puerta del almacén miraba a derecha e izquierda y reemprendía la marcha por todo el centro sin prisa hacia la puerta principal.
          Es de suponer porque yo ya no estaba allí que por la noche vendrían todos a dormir, los que salieron y los que no bajo el techo que les da hospitalidad.
2012-2013